Información de la revista
Vol. 68. Núm. 2.
Páginas 165-180 (Febrero 2008)
Compartir
Compartir
Descargar PDF
Más opciones de artículo
Visitas
361828
Vol. 68. Núm. 2.
Páginas 165-180 (Febrero 2008)
ARTÍCULO ESPECIAL
Acceso a texto completo
Valoración del gasto energético en los niños. Implicaciones fisiológicas y clínicas. Métodos de medición
EVALUATION OF ENERGY EXPENDITURE IN CHILDREN. PHYSIOLOGICAL AND CLINICAL IMPLICATIONS AND MEASUREMENT METHODS
Visitas
361828
A. Sancho Martínez
Autor para correspondencia
sanchomana@hotmail.com

Correspondencia: Dra. A. Sancho. Servicio de Cuidados Intensivos. Hospital Universitario Infantil La Paz. P.° de la Castellana, 261. 28046 Madrid. España.
, P. Dorao Martínez-Romillo, F. Ruza Tarrío
Servicio de Cuidados Intensivos Pediátricos. Hospital Universitario Infantil La Paz. Madrid. España
Este artículo ha recibido
Información del artículo
Resumen
Texto completo
Bibliografía
Descargar PDF
Estadísticas
Figuras (2)
Tablas (3)
TABLA 1. Propuestas de aporte calórico en niños de Holliday166 y Darrow167
TABLA 2. Fórmulas predictivas más usadas en niños para el cálculo del gasto energético en reposo (kJ/24h)
TABLA 3. Modelos comerciales de acelerómetros usados en niños
Mostrar másMostrar menos

Se revisa en este artículo la importancia del estudio del metabolismo energético y sus métodos de valoración en los niños. Clásicamente se han utilizado ecuaciones antropométricas para la predicción de los requerimientos energéticos, pero en muchos estados fisiológicos y patológicos existen discrepancias entre los valores estimados y los reales, por lo que deben emplearse mediciones directas del consumo energético. El método del agua doblemente marcada es el patrón oro para la medición del gasto energético total en períodos prolongados; se utiliza preferentemente en investigación. La calorimetría indirecta se considera el patrón de referencia para la determinación del gasto energético en reposo en la práctica clínica, si bien no ofrece datos del consumo energético en condiciones reales de vida y presenta limitaciones técnicas que impiden su uso en algunos pacientes críticos. Se analizan otros métodos que intentan solventar los problemas de medición, basados en datos de frecuencia cardíaca, temperatura, sensores de movimiento y métodos combinados.

Palabras clave:
Metabolismo energético
Calorimetría indirecta
Agua doblemente marcada
Sensores de movimiento

The present article reviews the importance of the study of energy metabolism and its methods of assessment in children. Classically, energy requirements have been assessed by predictive equations based on anthropometric data. However, there are several physiologic and pathogenic states that may cause discrepancies between estimated and real values and consequently direct measurements of energy expenditure should be used. The gold standard to assess total energy expenditure during prolonged periods is the doubly labeled water method, which is mainly used for research studies. The best approach for resting energy expenditure determination in the clinical setting is indirect calorimetry. However, this method does not provide data on energy consumption under free-living conditions and its use in some critical care patients is restricted by technical limitations. Several other approaches to assess activity have been developed, based on heart rate, body temperature measurements, motion sensors and combined methods.

Key words:
Energy metabolism
Indirect calorimetry
Doubly labeled water method
Motion sensors
Texto completo
Valoración del gasto energético

El conocimiento del metabolismo energético es necesario para diseñar estrategias nutricionales correctas1–4. Cobra especial importancia en el tratamiento de los pacientes críticamente enfermos2–6, sobre todo en niños6–15, debido a su reserva energética menor16,17. Se ha estimado una incidencia de algún grado de malnutrición proteicocalórica del 16–55,4%18,19 e incluso del 72%14 en los niños ingresados en unidades de cuidados intensivos. Algunos estudios han mostrado que, sobre todo en los primeros días de estancia en unidades de cuidados intensivos pediátricos (UCIP), el soporte nutricional no cubre los requerimientos8,11,20,21 (incluso alcanzando sólo el 20 % o menos20). Sin embargo, a medida que se alarga la estancia en la unidad tiende a excederlos8,11. La malnutrición se relaciona con una mayor morbilidad8,9,18,19 y mortalidad8,18. Por otra parte, el aporte excesivo de nutrientes, tal como se recomendaba hace años, también tiene consecuencias deletéreas, al crear un compromiso respiratorio22–24 y al alterar la funcionalidad hepática24.

Los requerimientos energéticos diarios (RED) engloban el gasto energético en reposo (GER), la actividad física, el efecto termogénico de los alimentos y el crecimiento1–3,25,26. El GER representa el consumo del metabolismo basal (MB, tasa metabólica basal)27 más el consumo de energía que supone el mantener una actividad en vigilia en situación de reposo muscular1,28,29. Algunos autores asimilan GER y MB1,30,31, aunque el GER es un 8-10 % más elevado28,29, debido a que para la medición del MB se exige un ayuno de 12h y reposo completo previo de 8h, mientras que para el GER los períodos de ayuno y reposo son más reducidos.

Aunque desde hace años existen ecuaciones diseñadas para predecir las necesidades energéticas a partir de las características antropométricas32–40, validadas en diversos estudios y publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 198541, muchos estados tanto fisiológicos como patológicos pueden causar importantes discrepancias entre los valores estimados y los reales2,5,7,30,42–112.

Las variaciones en el GER están en relación con el peso19,25,32–53 (la influencia de la altura es controvertida1,32–34,37,52), la masa corporal magra30,38,39,42–47,52–58,63, el sexo1,32–37,43,44,47–50,59–61,63, la edad1,2,16–18,32,34,37,43,44,47,63, factores genéticos63 incluyendo el peso de los padres45,57,64,65 y el grupo étnico44,45,57,59,61, y factores medioambientales tales como la temperatura43,66. Influyen, asimismo, la actividad simpática67,68 y la situación clínica y nutricional8,19,36,37,43–45,52–54,59,69–75. La actividad física es el componente más variable del gasto energético total (GET)1. También el coste energético de una actividad varía en función del peso45,48,49, composición corporal45,48-49,58,61, edad48,58 y grupo étnico45,57–59,61. El efecto termogénico de la alimentación (energía requerida para la ingestión y digestión de los alimentos) depende de su composición22,76, de la vía por la que se administre76,77 y de la situación basal del individuo41,78.

Gasto energético en el niño sano

La influencia del crecimiento sobre el MB viene condicionada porque la masa del tejido muscular aumenta proporcionalmente más que la del tejido orgánico (hígado, riñones, etc.)16,17,44. Como los órganos son metabólicamente más activos que el músculo, el MB expresado en kilogramos de peso disminuye a lo largo de los años1,16,17,44,58–60.

El crecimiento supone un 35 % de los RED durante los primeros 3 meses de vida1, que disminuyen progresivamente (6 % a los 6 meses, 5 % a los 12 meses30, 3 % en el segundo año de vida1,25), y posteriormente permanece en torno al 1 o 2 % hasta la adolescencia1.

En los niños, la actividad física parece consumir menos de lo estimado históricamente112. En niños de 5 años se han encontrado porcentajes del GET debidos a la actividad física de alrededor del 16 y 17 % (± 7–11 %)47,112.

Gasto energético en la enfermedad

Estimar el GER en la enfermedad es difícil dada la variabilidad de las respuestas clínicas y metabólicas a los distintos niveles de gravedad1,3,72–74 y a la evolución en el tiempo. El fallo cardíaco incrementa el GER75 pero, simultáneamente, desciende la actividad física, con lo que los RED pueden estar descendidos2. La fiebre incrementa el GER, y en situación de diarrea es preciso considerar el incremento en las pérdidas energéticas con las heces1.

La desnutrición causa importantes diferencias en el gasto energético8,19,69,80–82. Condiciona un gasto energético menor por una disminución del GER82 y un menor efecto termogénico de la dieta83. No obstante, por kilogramo de peso se ha encontrado un GET mayor en pacientes desnutridos, aun siendo el global menor, tanto en adultos80 como en niños19,81. La MB se elevaría en los estadios tempranos de la rehabilitación nutricional70,71,84.

El gasto energético global de los individuos obesos es mayor al ser mayor su peso43,61,62. Sin embargo, estas personas tienen menos tejido metabólicamente activo (masa libre de grasa) por kilogramo de peso corporal42,43, y por ello pueden tener un GER menor por kilogramo de masa corporal37,42,43.

Gasto energético en el paciente crítico

Ante cualquier estrés o agresión se establece una respuesta común a cualquier enfermedad crítica o traumatismo grave, que sólo difiere por su gravedad y duración86–91. Es un complejo proceso metabólico generalizado que aparece originado por la interacción de mediadores tisulares y del endotelio vascular, células inflamatorias y el sistema neuroendocrino79,86–88. Persigue la movilización de sustratos y energía para hacer frente a la inflamación y la reparación tisular, a expensas de la masa magra corporal86,89–91. Se caracteriza por una respuesta hiperdinámica con incremento de la temperatura corporal5,86,88–91, de la producción de CO2, del consumo de oxígeno5,86–91 y glucosa, glucogenólisis, proteólisis, lipólisis, y ciclado fútil de sustratos5,86,88–91. Puede mantenerse semanas e incluso meses87. Sin embargo, la cronología de la elevación del gasto energético se ha visto altamente variable en el paciente crítico, tanto en adultos92 como en niños8,9,12,14,81,89,90,93. Aunque siempre existe hipercatabolismo88,91, el hipermetabolismo como reacción a la agresión no es tan prevalente como se creía8,9,94–100; además, la respuesta al estrés en los niños no es tan marcada ni tan hipermetabólica como en los adultos8,9,96,97,100, y se demuestra hipometabolismo en muchas ocasiones8,9,14,15,93,96–100; no obstante, algunos niños críticamente enfermos presentan claras elevaciones del metabolismo energético8–10,81,93,97,101–103.

La respuesta hipermetabólica individual no es realmente predecible a través de las ecuaciones o fórmulas estándar para los sujetos normales3,8–10,12–15,20,81,89,94,96–101,103–106. El grado de hipermetabolismo o hipometabolismo del paciente crítico se determina relacionando el gasto energético predicho con el gasto energético medido (definido como índice metabólico, normal 90-110%105). Otros autores utilizan la relación entre el gasto energético preoperatorio y el gasto energético postoperatorio80.

Algunos autores han encontrado distinto gasto energético según los diagnósticos9,14,15,106, mientras que otros no lo han podido objetivar8,21. El GER no sirve como marcador biológico de gravedad, aunque algunos estudios han encontrado alguna correlación entre la gravedad de la enfermedad9,10,15 y la elevación del GER5,18,90,93,103.

El gasto energético varía de día en día y está influenciado por múltiples factores: sedación (lo disminuye8,9; no está tan claro el efecto de la relajación muscular8,9,81,87,106,107), temperatura9,15,108–110 (la fiebre incrementa el gasto energético9,85,109,110, la hipotermia lo disminuye109,110), ventilación mecánica (lo disminuye)12,102,111, inotrópicos (lo incrementan)8,67,94, administración de nutrición (lo incrementa8,22,106), cuidados generales (lo incrementan transitoriamente111, pero si son adecuados, el efecto global es una disminución112), etc. En los adultos desnutridos la elevación del GER con la agresión parece limitada80, no así en los niños8,981.

Métodos de estudio del gasto energético

Las mediciones directas del GET hasta hace pocos años no han estado disponibles en la práctica clínica diaria, aunque sí en la investigación1,2. El método más usado está basado en el agua doblemente marcada1,2,113–123, considerado el patrón oro1,2. También se han empleado estudios de equilibrio energético21,85,122. Otra forma de medir el GET es mediante monitores que incorporan medidas de intercambio de calor124,125,126-131, sensores de movimiento50,51,124–147. Se acepta como índice de GET la medición de la frecuencia cardíaca minuto a minuto1.

Sin embargo, las mediciones realizadas habitualmente en la práctica clínica son mediciones del GER, generalmente por calorimetría indirecta2,3. El GER supone aproximadamente el 70 % de los RED2,39, y en sujetos sanos puede oscilar entre el 45 y el 70 % según la edad y el estilo de vida1. Para pacientes críticamente enfermos, el GER con frecuencia se sitúa entre el 75 y el 100 % del GET148.

Cuantificación de la actividad física

Para llegar al GET normalmente se multiplica el GER por un factor de actividad. En los niños, el comité de expertos de la ONU recomendó reducir o incrementar en un 15 % los requerimientos para aquellas poblaciones menos o más activas que el promedio, ofreciendo definiciones de éstas, a partir de los 6 años de edad1. Para cuantificar la actividad física, los investigadores se han basado históricamente en los cuestionarios self-report140,142,143,149,150, pero se tiende a sobreestimar la intensidad y duración de la actividad física151, y en los niños, no es valorable152,153. La observación directa es útil en pediatría140,142,151,152; se han diseñado y validado escalas específicas para categorizar su intensidad154–156; y, además, existen tablas que asignan a cada actividad un coste energético58. No obstante, la observación directa requiere mucho tiempo y habilidad por parte del observador140,142 y es muy cara140,142,152–154.

Otros métodos empleados para la medición de la actividad física son los monitores de frecuencia cardíaca144–147,157–162,151,152,163 e instrumentos de medida de movimiento48,49,124–147,149–154,156,163–165.

Métodos antropométricos

La primera aproximación a la cuantificación del consumo energético la realizaron Holliday y Segar166, estableciendo unos aportes para la rehidratación intravenosa en función del peso, asumiendo que el gasto energético se equipara a la necesidad de agua (100kcal/kg/día = 100ml/kg/día). En realidad, todos los mamíferos necesitan 140ml/kg/día por cada 100kcal/kg/día. Utilizando esta equivalencia fisiológica, Darrow elaboró una tabla que aún se utiliza, aunque de forma menos extendida (tabla 1), y creó el concepto de caloría metabolizada, equivalente al actual GER167.

TABLA 1.

Propuestas de aporte calórico en niños de Holliday166 y Darrow167

  Peso corporal (kg)  Aporte calórico (kcal/kg/día) 
Holliday  3-10  100 
  11-20  50 
  > 20  20 
Darrow  < 3kg  47 ± 4 
  3-10  70 ± 5 
  11-15  57 ± 4 
  16-25  45 ± 4 
  26-35  37 ± 3 

Se han publicado más de 200 ecuaciones43. La ecuación de Harris y Benedict32 se ha utilizado con frecuencia desde su publicación (1919) para predecir el GER en individuos adultos sanos y de peso normal. Sin embargo, existen evidencias de que la frecuencia de error en la estimación del GER es alta usando esta ecuación40,41,43,69,168 (por lo general, sobreestimación39,40,69,168). No es adecuada para estimar el gasto energético de individuos desnutridos69. No está adaptada a la población pediátrica, aunque se puede utilizar a partir de los 10 años de edad; Caldwell y Kennedy validaron el uso de una ecuación diseñada por Harris y Benedict para su utilización en menores de 3 años en 1981 (tabla 2)33. Fleisch34 desarrolló fórmulas para el cálculo del gasto energético en función del sexo y la superficie corporal y Talbot35 y Lewis et al36 diseñaron tablas de gasto energético en niños. En 1985, Schofield evaluó los datos de 114 estudios sobre gasto energético y publicó otras ecuaciones para niños y adultos (tabla 2). También en la edad pediátrica se han encontrado sobreestimaciones del gasto energético con las fórmulas predictivas47,51,53,169. En general, la fórmula de Schofield37 se ha encontrado como la más eficaz49,169,170.

TABLA 2.

Fórmulas predictivas más usadas en niños para el cálculo del gasto energético en reposo (kJ/24h)

Autor(es)  Fórmula 
Lactantes (< 2 años)   
Caldwell y Kennedy33  22 + (31,05 × P) + (1,16 × A) 
Niños   
Varones   
Fleisch34 1–12 años  24 × SC × [54 – (0,885 × E)] 
Fleisch34 13–19 años  24 × SC × (42,5 – [0,643 × (E 13)]) 
Schofield37 < 3 años  (0,0007 × P) + (6,349 × A) – 2,584 
Schofield37 3–10 años  (0,082 × P) + (0,545 × A) × 1,736 
Schofield37 11–18 años  (0,068 × P) + (0,574 × A) + 2,157 
Mujeres   
Fleisch34 1–12 años  24 × SC × (54 – [1,045 × E]) 
Fleisch34 13–19 años  24 × SC × (42,5 – [0,778 × (E – 11)]) 
Schofield37 < 3 años  (0,068 × P) + (4,281 × A) – 1,730 
Schofield37 3–10 años  (0,071 × P) + (0,677 × A) × 1,553 
Schofield37 11-18años  (0,035 × P) + (1,9484 × A) + 0,837 
Adultos   
Varones   
Harris y Benedict32  66 + 13,8 × P + 5 × A – 6,8 × E 
Mujeres   
Harris y Benedict32  655 + 9,5 × P + 1,9 × A – 4,7 × E 

Las ecuaciones de Schofield dan los resultados en MJ. 1MJ = 1.000kJ; 1kJ = 4,184kcal.

A: altura en m; E: edad en años; P: peso en kg; SC: superficie corporal.

Las ecuaciones predictivas anteriormente citadas se utilizan habitualmente para el tratamiento clínico de niños enfermos, cuando en realidad fueron diseñadas para estimar las necesidades de niños sanos en su vida cotidiana y con un nivel normal de actividad física170, por lo que no son adecuadas para el cálculo de los requerimientos energéticos en situación de enfermedad8–10,12,14,20,81,89,96–100. El número de casos en estos estudios ha sido limitado, salvo algunos con más de 40 niños12,14,15,81,106. En general, se ha encontrado que las fórmulas sobreestiman el gasto energético8,9,14,81,96,99,100, aunque también se han encontrado infraestimaciones9,10,15,97. Tampoco se ha visto a posteriori que sean útiles14 fórmulas diseñadas para niños con ventilación mecánica15. Las dificultades de medir el peso corporal en el paciente críticamente enfermo introducen más incertidumbre aún en las estimaciones basadas en características antropométricas2,6,9,105. Para intentar aproximarse a las demandas energéticas en estas situaciones, se publicaron para adultos coeficientes de estrés5,94, y se encontraron sobreestimaciones con su uso94,103. En niños también se han empleado las predicciones por Harris y Benedict8,81,97,101 y Schofield8,97 con distintos coeficientes de estrés (1,3101, 1,597 y los dos anteriores87); igualmente se han objetivado sobreestimaciones del gasto energético81,101.

Método del agua doblemente marcada

Esta técnica está considerada una de las más exactas a la hora de medir el gasto energético en individuos viviendo libremente1,113,118. Como se ha indicado, proporciona un patrón oro desde el que medir la exactitud de otras técnicas a la hora de estimar el GET1,48,49,57,58,61,113,128,147,158–162. Fue validada en seres humanos a principios de la década de 1980113,119. Se ha objetivado una buena correlación de este método con la calorimetría indirecta tanto en adultos120,121 como en lactantes y niños122,123,171. Puede proporcionar, además, información precisa del gasto energético por actividad física1,45,48,49,52,57,58,61, de las tasas de producción de CO2128,131, de la ingesta de agua y de las pér-didas insensibles113,122. No obstante, el relativo alto precio del agua oxígeno-18115,126,128,131,142,160 (una dosis dura generalmente 14 días y cuesta aproximadamente 800-1.000 euros), la necesidad de un espectrómetro de masas26,58,113–115,118–123,128,159 y el alto nivel de experiencia técnica requerido160 han limitado la extensión del uso de este método a la investigación clínica. Igualmente, la duración prolongada de los estudios y el que no existan preparados de isótopos intravenosos limita su utilización en pacientes críticos.

La técnica requiere la administración oral (dosificación según el peso) de agua marcada con isótopos estables (no radiactivos), 2H2O y H218O, y la medición de su contenido en muestras biológicas (p. ej., orina) a lo largo del tiempo. La medición se basa en el equilibrio de las moléculas de oxígeno en el agua corporal y en el CO2 espirado. Puesto que el 18O se elimina como agua y como CO2, mientras que el 2H (deuterio) sólo como agua, la diferencia en las concentraciones de 2H2O y H218O expresa la producción de CO2113–118. La producción de CO2 es un índice de los RED, y éstos se calculan mediante ecuaciones respirométricas clásicas (ecuación de Weir y adaptaciones de ésta) a partir de la composición de la dieta172,173 (v. Anexo).

ANEXO.

Teoría del método del agua doblemente marcada

Para el cálculo de la tasa diaria media de producción de CO2 puede usarse la ecuación de Lifson y McClintock117 o alguna modificación de ésta, por ejemplo:

donde N es el agua corporal total en moles, ko es la tasa de eliminación de 18O, kh es la tasa de eliminación de 2H, y rGf es la tasa estimada de pérdida de agua isotópicamente fraccionada, igual a 1,05N (1,01 ko – 1,04 kh)121

Las tasas de eliminación de los isótopos 18O y 2H pueden calcularse por el método de los 2 puntos usando la diferencia en el exceso de porcentaje atómico (APE) de las muestras del punto inicial (i) y final (f) y el tiempo entre la recogida de orina, como sigue:

donde APE es el enriquecimiento isotópico de la muestra con respecto a la muestra basal (predosis)45,58. Este método ahorra la recogida continua de orina45

También puede emplearse la ecuación R2 de Speakman198 para el cálculo de la tasa de producción de CO2, usando el espacio de dilución de 2H52. Otros autores calculan la producción de CO2 a partir de los espacios de dilución y las tasas de fraccionamiento del deuterio y del 18O por medio del método multipunto y la ecuación:

donde ko y kh son las tasas de fraccionamiento del 18O y del deuterio, respectivamente, y No y Nh son los espacios de dilución del 18O y del deuterio, respectivamente, o la ecuación:

donde 18O (QO) y 18H (QH) representan los cambios diarios en los espacios de dilución de 18O y 18H, respectivamente25 Una vez conocida la producción de CO2 se calcula el GET mediante la ecuación de Weir174:

donde el VO2 se calcula mediante la división del VCO2 por el cociente alimentario (food quotient)115,174. Esto implica asumir que el cociente alimentario es equivalente al RQ (VO2 = VCO2/cociente alimentario)113,115,121. El cociente alimentario es calculado desde la composición en macronutrientes de la dieta como describieron Black et al176. Habitualmente se emplean diarios para recoger la ingesta dietética de 7 días45,48,58,150, aunque para niños a veces se reduce esta duración50. Se han utilizado cocientes alimentarios de 0,87; 0,855; 0,855; 0,855; 0,87, y 0,87 para las edades de 3, 6, 9, 12, 18, y 24 meses, respectivamente175

Se deben realizar correcciones para el fraccionamiento isotópico del agua perdida en la respiración y de forma transcutánea (no en el sudor)64,113–117,150

Esta técnica proporciona información acerca del GET promedio y de los patrones de actividad física en un período de 7–14 días, pero no valora variaciones rápidas en el gasto energético ni informa del patrón de actividad física a lo largo de cada período de 24 h1,161. La máxima precisión se ha encontrado con períodos de 6 a 7 días en el neonato y el niño y de 14 en el adulto115,117. La precisión es adecuada si la duración del estudio está entre 0,5 y 3 vidas medias biológicas del 2H2O117. Dos vidas medias biológicas suponen 3–14 días en neonatos (5 días121) y niños y en torno a 14–28 en adultos115.

CalorimetríaCalorimetría directa

Está considerada el patrón oro para la determinación del GET en el laboratorio157. Proporciona una determinación del gasto energético mediante la medición de la producción de calor en un ambiente cerrado6,168. Permite computar las pérdidas de calor por radiación, convección y evaporación. Estudios realizados con fuentes de calor secas y húmedas mostraron una precisión del 1 o 2 % con este método, del 3 % en un estudio clínico respecto a la calorimetría indirecta168. Aunque es un método excelente para medir el gasto energético, es una técnica extremadamente cara6. El coste de una cámara metabólica es aproximadamente de 350.000 euros y requiere personal especializado.

Calorimetría indirecta

Es la utilizada habitualmente en la práctica clínica para mediciones del GER2,3. Aunque la calorimetría indirecta permite la medición del gasto energético de forma repetida, sin ser invasiva2,3, no puede usarse fácilmente para medir a sujetos durante su vida cotidiana127.

Es el método de elección para los niños críticamente enfermos, aunque no puede medir el gasto energético en todos ellos por razones técnicas que se comentarán más adelante6,8,9,14,15,99,107,174–176. Los calorímetros transportables no siempre están disponibles en muchos centros15. Si lo están, requieren validación y personal experto en su tratamiento15,177. Su precio (20.000-100.000 dólares) es el mayor inconveniente en su uso para la monitorización6, y hasta el momento no se ha demostrado un efecto claramente favorable de la calorimetría indirecta, ni en la situación general ni en la mortalidad del paciente crítico178, y ni siquiera en el balance nitrogenado o el peso178,179.

Fundamentos teóricos

La calorimetría indirecta mide, mediante el análisis de los gases inspirados y espirados, el consumo de oxígeno (VO2) y la producción de CO2, y permite calcular la cantidad de energía producida en el organismo2–4,6,180, mediante fórmulas como la de Weir172:

Es necesario asumir que este intercambio gaseoso se destina exclusivamente a la degradación oxidativa de sustratos2–4,6,177,180. Las vías metabólicas que no utilizan oxígeno (p. ej., la glucólisis anaerobia) no aparecen reflejadas178. Es necesario asumir también que el nitrógeno producido en la oxidación proteica es recuperado por completo en la orina181 o añadir el nitrógeno eliminado por pérdidas insensibles (5–8mg/kg en niños)182. No obstante, en el cómputo total del gasto energético por la fórmula de Weir, la importancia del nitrógeno urinario es pequeña3. Sin la medición del nitrógeno urinario, el gasto energético se modificaría sólo en < 1171-2%29,116, calculándose según la ecuación172:

Hay situaciones clínicas en que las mediciones no son válidas: períodos de compensación de acidosis metabólica o alcalosis, hipoventilación, inestabilidad hemodinámica174, hemodiálisis (al no tenerse en cuenta la eliminación de CO2 a través del dializado)183.

Usos clínicos

Medición del GER. Las mediciones hechas habitualmente en clínica son mediciones del GER, que se deben realizar en una sala a oscuras29 (tras haber descansado 8h en el domicilio1,27–29,38–40,43,44,61 y 1531 o 301,27–29,38–40,43,44,61 min en el laboratorio) y en decúbito supino porque la simple actividad muscular de mantenerse sentado puede incrementar el consumo energético en un 8%29. Para eliminar la termogénesis inducida por la dieta, se exige un período de ayuno de 12 h1,27–29,38–40,43,44,53, si bien algunos autores consideran suficiente un ayuno de 2h para la medición del GER158,159. Si no se seda al paciente o no se suspende la alimentación, la calorimetría refleja el gasto energético en ese momento, no el GER. Van Lanschot et al94 consideraron los valores de gasto energético medidos por calorimetría en UCI como GET, pero otros autores han añadido factores de actividad, aun estando el paciente sometido a ventilación mecánica5,97,101.

Otras utilizaciones clínicas. Midiendo el consumo de oxígeno se puede estimar de forma indirecta las calorías quemadas durante actividades específicas122,147 (mediante la ecuación de Fick: kcal = VO2máx [l/min] × 4,825 [kcal/lO2])180. Así, la intensidad del ejercicio aeróbico se relaciona con el consumo máximo de oxígeno realizado generalmente en una cinta rodante o una bicicleta estática57.

La calorimetría indirecta permite la medición de la utilización de sustratos, asociando los valores de nitrógeno ureico2,3,168,181. Se determina el nitrógeno ureico en orina de 24h, al que habría que añadir el nitrógeno urinario no ureico (es el 10 % del nitrógeno urinario182,184; en niños se estima en 55mg/kg/día182), el N de las pérdidas insensibles182, y en especial si existe insuficiencia renal, los cambios en el pool de nitrógeno ureico (Nu no eliminado [mg] = [BUN2 – BUN 1] × 10 × [0,6 × peso])184. El RQ puede ayudar a valorar si es adecuada la nutrición11 y su efecto respiratorio4.

La calorimetría indirecta permite también la medición del gasto cardíaco y del espacio muerto respiratorio (Vd/Vt) si se cuenta con medición de gases en sangre arterial y venosa185.

Para algunos autores, la calorimetría indirecta es una herramienta útil a la hora de predecir el éxito del destete de la ventilación mecánica, valorando la elevación de VO2 que se produzca186 (otros autores han argumentado que esta elevación podría deberse también a una elevación de catecolaminas y no sólo a un mayor trabajo de los músculos respiratorios187).

Técnicas

Calorimetría de circuito cerrado. Se respira en un circuito cerrado una mezcla de gases a la que se ha añadido oxígeno en concentración conocida. El CO2 que sale se extrae y mide, de tal forma que el aire sirve para ser respirado de nuevo188. Se han encontrado problemas de sobreestimación con esta técnica1, y es muy sensible a fugas141. La ventaja es que no requiere medición de concentración ni de flujo de oxígeno189. Se ha empleado en investigación135,189.

Calorimetría de circuito abierto. Requiere una medición exacta del volumen y flujo respiratorios y de las fracciones inspiradas y espiradas de oxígeno y CO23,4,179,180,183. Todos los calorímetros están equipados para medir las concentraciones de oxígeno y CO2 en los gases espirados, así como el flujo del aire espirado, la temperatura, la presión barométrica y el tiempo. Se utilizan sensores de oxígeno electroquímicos120 (polarográficos168,174) o paramagnéticos, que aprovechan la mayor susceptibilidad magnética del oxígeno respecto a otros gases26,57,85,158–160,188,189. El CO2 se suele medir por absorción de infrarrojos26,57,120,122,158–160,177,186,188,189. Los sensores de flujo más habitualmente usados son neumotacógrafos60,61,88,148,168,171, turbinas134,174, anemómetros de hilo caliente o medidores de flujo ultrasónico. No obstante, la mayoría de los instrumentos se hacen progresivamente menos exactos cuando la fracción inspirada de oxígeno (FiO2) se eleva por encima del 50 al 60%6. Las fluctuaciones en la FiO2 parecen menores cuando el oxígeno proviene de una bombona en lugar de proceder de una toma general de pared188.

Los calorímetros se calibran con el test de combustión de etanol y utilizando mezclas de concentración de oxígeno y CO2 conocidas29,188. Han de tenerse en cuenta, además, las condiciones de temperatura, humedad y presión atmosférica29,175,176,188,189.

Utilización en respiración espontánea. En respiración espontánea, el uso del sistema requiere el empleo de cubiertas sobre la cabeza del paciente que se sellan sobre el pecho y los hombros26,30,40,52,85,188 (fig. 1) o de una mascarilla y/o una pieza bucal con una pinza nasal39,40,48,62,69,133,134,158,161,189 (con sistema de no reinhalación)158,159,189 durante todo el período de estudio. La diferencia entre ambos sistemas se ha observado en menos del 1%40, aunque las piezas bucales o mascarillas pueden causar ansiedad159 (mal toleradas en niños pequeños), artefactándose los resultados por los cambios en el patrón respiratorio. Las cubiertas reciben el nombre de canopy30 y se fabrican de policarbonato transparente. Existen diferentes tamaños de canopy: neonatal, pediátrico (3–20kg) y para adultos. El canopy tiene una entrada de aire con un flujo constante de 12l/min para niños menores de 20kg y de 30–40l/min para mayores, donde se monitorizan los gases inspiratorios y una salida por donde se extrae el aire26,33. El flujo ha de ser constante y suficiente para evitar el rebreathing120,188, por lo que para el test de esfuerzo ha de ser mayor (se han utilizado flujos de 100l/min en adultos)120. Debe retirarse el vapor de agua de los circuitos para evitar errores85. Las fugas de aire pueden producir errores de un 3 % en las mediciones. En caso de utilizarse un canopy, ha de esperarse un tiempo para que se equilibren los gases en su interior (20, 25 y 30min en estudios en niños de 2, 1, y 0,5kg). Se ha validado la realización de calorimetría en lactantes pretérmino con aportes de FiO2 de hasta 0,4 en canopy188.

Figura 1.

Esquema de conexiones en la respiración espontánea.

(0,05MB).

Utilización en ventilación mecánica. Se analiza la FiO2 en la rama inspiratoria9,15,188 y el volumen espirado y gases (O2 y CO2) en la rama espiratoria (fig. 2). Es aconsejable conectar la toma distal al humidificador que sirve como cámara mezcladora de gases, asegurando una FiO2 más constante14, y alejada del tubo endotraqueal para evitar mezclas con gases espirados. La FiO2 no debe ser mayor de 0,68,9,15,98,174,188.

Figura 2.

Esquema de conexiones en la ventilación mecánica.

(0,07MB).

Para que las mediciones representen de forma válida y fiable el consumo energético de 24h, el paciente debe hallarse en equilibrio estable6,177; éste se obtiene cuando la variabilidad del VO2 y del VCO2 es inferior al 5%38,43,174,179-10%38,103,108,174,179 y la del RQ está por debajo del 5%103,108 durante al menos 30min108,179. Para otros investigadores, 5min de esta situación serían suficientes36,73,108,149,175,179, también en pacientes críticos108,179; esta duración se ha validado en estos últimos190. Otros autores emplean un período de estabilización de 10 min9.

En 1h se intercambian aproximadamente 15l de CO2 y oxígeno, cuyos depósitos corporales son de 20 y 1l, respectivamente, por lo que si la medición dura menos de 1h, el error puede ser del 10% para la VCO2 y del 1% para el VO2191. Sin embargo, la mayoría de estudios en niños usan mediciones de 2051,59,97 a 30min14,15,31,45,48,61,176. Algunos trabajos han empleado 45 min9,44,53,60. Un estudio en nuestro servicio demostró que las mediciones de 30min en la UCIP se correlacionan bien con las mediciones de 24h seguidas14. La mínima duración publicada en series de niños (sanos) es de 15min, con la que se obtuvo una buena reproducibilidad en dos mediciones (r = 0,87)52. Algunos estudios en niños utilizan la media de dos estudios como valor definitivo del GER45.

Los coeficientes de correlación encontrados para mediciones repetidas del GER en niños han sido altos47,50,55. En el paciente críticamente enfermo se acepta una variabilidad en el día menor de un 7-10 % según la duración del estudio103,108,176,190.

La cuantificación de gases en el asa inspiratoria supone una pérdida de volumen que puede producir hipoventilación en niños con volúmenes tidales bajos. Es preciso, por lo tanto, asegurarse de que los volúmenes ventilatorios siguen siendo suficientes tras la colocación del calorímetro. No deben emplearse nebulizaciones durante el período de estudio174, ni otros gases distintos al oxígeno, nitrógeno o CO2 en el circuito8,14,15.

Las fluctuaciones en la FiO2 parecen menores en volumen control que en ventilación mecánica intermitente (IMV)173. Se han realizado mediciones con respiradores de flujo continuo188, si bien se requieren analizadores de oxígeno y CO2 especialmente sensibles y precisos; la mayoría de calorímetros comercializados98 no cumple estas características. La asociación de presión positiva telespiratoria mayor a 5103 o 10174 cmH2O o altas presiones inspiratorias o presiones medias elevadas pueden dificultar también las mediciones, al poder modificar el intercambio gaseoso. Asimismo, variaciones en la temperatura y la humedad pueden condicionar errores189,183.

Las fugas alrededor del tubo endotraqueal son frecuentes en niños, sobre todo debido al uso de tubos sin balón. En caso de existir fugas, éstas pueden alterar considerablemente (hasta un 45%192) los resultados98,192,193, aunque para algunos autores no parecen hacerlo si no son audibles y son menores del 20 %193 (se considera que una fuga no es audible si no supera el 7,5 % del volumen tidal188). Muchos estudios no han tenido en cuenta las fugas20,93,97 o sólo han realizado estudios en niños con tubos con balón8,99,107 o incluyendo niños con una diferencia inferior al 5%9 o al 10%14,15 o al 15%8 entre el volumen tidal inspiratorio y espiratorio.

Estudios de balance energético

Consisten en la cuantificación de la ingesta energética diaria junto con mediciones de pérdida o ganancia de peso. Se han usado como método de referencia para comparar otras técnicas de medición del GET21,85,122,157. Requieren una exhaustiva recopilación de todos los aportes energéticos y un período de estudio suficiente para poder detectar cambios en los depósitos corporales157. Estos estudios también se han empleado en UCIP21.

Otros métodos de cuantificacion del gasto energéticoMonitorización de la frecuencia cardíaca

Es sencilla161,163, barata y bien aceptada por los niños, y es posible su aplicación a gran escala161. Normalmente la relación frecuencia cardíaca-gasto energético se describe como lineal157,160, también en niños151, sobre todo entre frecuencias de 110 a 150 lat./min163, pero no existe evidencia de que esta relación sea fuerte durante períodos de niveles bajos o muy altos de actividad157,161,163. Además, la relación entre la frecuencia cardíaca y el gasto energético es única para cada individuo y existen múltiples factores que pueden alterarla (ansiedad, medicaciones, etc.)151,152, lo cual cuestiona su efectividad como medida aislada160. No obstante, la monitorización de la frecuencia cardíaca se ha empleado también para medir el gasto energético en condiciones de enfermedad95,162.

La monitorización de la frecuencia cardíaca puede ayudar, además, a identificar la frecuencia, intensidad y duración del patrón diario de actividad física158,160. A su vez, la relación entre el consumo de oxígeno y la frecuencia cardíaca está influenciada por la proporción de masa muscular activa y por el carácter continuo o intermitente de la actividad. El nivel de entrenamiento físico de los niños es otro factor limitante144,194,195: un niño entrenado tiene un volumen de eyección mayor y, por ello, una frecuencia cardíaca más baja para cualquier actividad y una respuesta menor al ejercicio194.

En conjunción con otros datos, la monitorización de la frecuencia cardíaca ha demostrado mejorar las estimaciones de algunos modelos predictivos51,95.

Método FLEX-HR. Este método se desarrolló para combatir los factores individuales en la relación frecuencia cardíaca-gasto energético y actividad física152. El FLEX-HR crítico se define como la frecuencia cardíaca que discrimina entre frecuencia cardíaca en reposo y durante el ejercicio en ese individuo161. Este valor se obtiene a partir la elaboración de curvas de regresión para la frecuencia cardíaca frente al VO2 en reposo y durante distintas actividades en el laboratorio159–161. Luego se realizan registros minuto a minuto de la frecuencia cardíaca en condiciones reales1,160,161. En la parte del día en que la frecuencia cardíaca se encuentra por encima del FLEX-HR159,161 se calcula el gasto energético con la ecuación de regresión obtenida en las actividades de alta intensidad durante el procedimiento de calibración157. Las relaciones entre frecuencia cardíaca y VO2 pueden diferir en condiciones reales por factores no controlados en los protocolos de calibración (temperatura ambiental, fármacos, variaciones día a día en la relación frecuencia cardíaca-VO2163, postura, intensidad de la actividad muscular, fatiga, estado posprandial, etc.). Los niños muestran una inclinación natural hacia patrones de actividad física intensa de inicio brusco y corta duración161,151, contrarios al ejercicio estandarizado empleado para la calibración de este método161.

Como única medida, diversos estudios han encontrado mediante el método FLEX-HR (descrito a continuación) valores medios de GET comparables con los valores medios obtenidos por agua doblemente marcada159,161,162 o calorimetría158, por lo que el último informe de la FAO/OMS/ONU utilizó estudios realizados con este método1. Pero aunque su correlación es buena para comparaciones de grupo, muestra falta de precisión a nivel individual158,161,162.

Temperatura corporal central

La temperatura corporal central se ha usado en condiciones de laboratorio para estimar el GET. Bajo condiciones muy controladas, existe una relación estrecha entre la temperatura corporal central y el GE196. En las condiciones de la clínica habitual, sin embargo, no se ha visto que muestre buena correlación con el gasto energético95,197. Sin embargo, cuando se combina con otras herramientas de medida del gasto energético, puede añadir una dimensión valiosa, por lo que se ha incluido como variable en varias ecuaciones de regresión15,110. Por su naturaleza invasiva, la temperatura corporal central es impracticable para estudiar individuos en condiciones de vida normales.

Medición del flujo de calor

La producción y pérdida de calor es producto del metabolismo y, por ello, la medición de la pérdida de calor mediante un sensor de flujo de calor se ha sugerido como un indicador preciso del total de calorías corporales quemadas. Aunque su correlación con el gasto energético como variable independiente es insuficiente para predecir el gasto energético (sí se ha visto una buena correlación de la temperatura cutánea con VO2 y VCO2 durante la actividad física), su medición puede mejorar la estimación del gasto energético usada en combinación con otros parámetros126,128,130,131. En los últimos años se han desarrollado y comercializado dispositivos que incorporan un sensor de flujo de calor en monitores que estudian varios parámetros simultáneamente (flujo de calor, acelerometría, respuesta galvánica de la piel, temperatura cutánea, temperatura cercana al cuerpo, y algunos, además, frecuencia cardíaca) y los convierten en gasto energético mediante ecuaciones de regresión. Ejemplos son el monitor SenseWear Pro Armband (BodyMedia Inc., Pittsburgh, PA; tabla 3) y el HealthWear Armband (Roche Diagnostics, Indianapolis, IN). Miden la diferencia de temperatura entre dos sensores, uno situado en contacto con la piel y otro en el lado del monitor expuesto al ambiente. Del total de la energía térmica disipada registran específicamente la parte correspondiente a la convección de calor. Se colocan sobre el brazo, entre la piel y el lado del Armband expuesto al ambiente126,128,130,131. La localización en el brazo se prefiere otras como la frente o el tronco. Localizaciones más periféricas, como las muñecas, manos, dedos y pies, están sujetas a una excesiva movilidad y cambios vasculares periféricos frecuentes. Estos monitores se han empleado tanto en sujetos sanos como enfermos124,125,128–131, aunque no en situaciones críticas.

TABLA 3.

Modelos comerciales de acelerómetros usados en niños

Actigraph
Model 7164, Shalimar, FL; MTI Actigraph, Fort Walton Beach, FL (antiguamente llamado MTI/CSA)126,133,138,139,141,143,149,156  DirecciónEmplazamiento  Uniaxial. Plano verticalLínea media o cadera141,149. Pierna126,141. Cintura escapular en posición axilar anterior1 
Muchos estudios en niños138,139,141,143,149,156  Resistencia al aguaIntervalosPesoCoste  NoMínimo 1s. Usados 15 s156-1min141,14985g819,00 el lector; 350,00 la unidad 
Actiwatch (nueva versión Actical)141,154,193  Dirección  Omnidireccional141. Triaxial154 
Estudios en niños141,154  EmplazamientoResistencia al aguaIntervalosPesoCoste  Cadera y pierna141. Rodeando cintura, monitor en base de columna lumbar154Sí (nueva versión)Usado 1min141,15416,5g725,00 lector; 500,00 software; 450,00 por unidad 
Wam (versión más pequeña del Actigraph [modelo 7164, Computer Science Applications, Shalimar, FL])48,49,133,138–140,164  DirecciónEmplazamientoResistencia al agua  UniaxialMuñeca138, cadera140. Parte baja de la espalda48,49No 
Estudios en niños48,49,138–140  IntervalosPeso  1s-1min43g (5,1 × 3,8 × 1,5cm) 
Caltrac136,137,141,142,151,153,164,195 (ahora CTI, Stay Healthy)  Dirección  Vertical 
Muchos estudios en niños29,137,141,142,151,153,195  EmplazamientoResistencia al aguaIntervalosPesoCoste  Muñeca, cadera o parte baja de la espalda164No?78g99,95 por unidad 
TriTraoR3D126,135,136,140,142,144,152,164 (Professional Products Inc., Madison, WI)  DirecciónEmplazamiento  TriaxialCadera135. Cintura escapular en posición axilar medial126 
Estudios en niños140,142  Resistencia al aguaIntervalosPesoCoste  NoUsado de 1 min142170 g (11,1 × 6,7 × 3,2cm)500,00 el nuevo producto RT3 
RT3
Triaxial Research Tracker (Stayhealthy Inc., Monrovia, CA)126  DirecciónEmplazamiento  TriaxialCintura escapular en posición axilar anterior o medial 
Es la nueva versión del anterior  Resistencia al aguaIntervalosPesoCoste  1s-1minAprox. 1/3 de TriTrac500,00 
SenseWear Armband (BodyMedia Inc., Pittsburgh, PA)126,127,130,131  DirecciónEmplazamiento  BiaxialParte posterior126 o lateral131 del brazo derecho (izq126) en posición humeral media126,127,131 
Contiene acelerómetro, monitor de frecuencia cardíaca y termocoupler  Resistencia al agua  No (escasa) 
Estudios en niños125  IntervalosPesoCoste  1 min126,13185g (85,3mm × 53,4mm × 19,5mm)Aprox. 1.000 
Sensores de movimiento

Podómetros. Son sensores de movimiento que miden los pasos dados y los convierten a gasto energético mediante ecuaciones de regresión144. Aunque en teoría no informan de otra actividad que no sea los pasos dados, Sequeira et al165 demostraron que los podómetros podrían diferenciar entre varios niveles de actividades ocupacionales en adultos (sedestación, bipedestación). Sin embargo, el trabajo intenso no es distinguido del moderado, pues el primero contiene una gran proporción de trabajo estático, imposible de medir con un podómetro144.

Acelerómetros. Un acelerómetro es un tipo de sensor de movimientos capaz de detectar aceleración y desaceleración en una o más direcciones49,126,164, al generarse dentro del sensor una corriente eléctrica proporcional al grado de aceleración producido126. Mediante curvas de regresión (que incluyen generalmente las características antropométricas, edad y sexo del individuo) convierten la aceleración detectada en calorías127,131,135. Los acelerómetros se desarrollaron originalmente en 1976 por el National Institute of Health en un intento de simplificar la medición del gasto energético durante la actividad física, pero la validez y fiabilidad del prototipo inicial nunca fueron documentadas132. Se han empleado para medir la actividad física y el GET en sujetos en condiciones de vida normales48,49,124,125,128–131,156,195. Generalmente son ligeros, apenas dificultan las actividades normales y son capaces de registrar datos de forma continuada durante largos períodos de tiempo127. En la tabla 3 se muestra una descripción breve de varios modelos existentes en el mercado, y se citan algunos estudios realizados con ellos. Un acelerómetro uniaxial mide la aceleración en el plano vertical130,136, mientras que los acelerómetros biaxiales y triaxiales son sensibles a los movimientos en dos y tres dimensiones, respectivamente126,134,136,143. Un acelerómetro triaxial puede ser más sensible al mayor rango de movimientos de los niños143. Sin embargo, las diferencias entre acelerómetros se han atribuido a la precisión de sus ecuaciones más que a los monitores en sí136.

Muy usada en niños49, sobre todo en estudios de obesidad48,156, existe un incremento progresivo en el uso de la acelerometría como método de estudio en niños enfermos125,195, al igual que en adultos124,128–130. Existen múltiples estudios de validación realizados con estos monitores126–131,133–136,147,164, también en niños137–144,149,152–154, que muestran buena correlación con el gasto energético medido por calorimetría indirecta126,127,129,130,131,133–137,139,141,142,144,147, o agua doblemente marcada128,138,164. Para la medición de la actividad física se correlacionan adecuadamente con la frecuencia cardíaca140, cuestionarios143,149 u observación directa143,153,154. A pesar de que la OMS juzga que las estimaciones del GET mediante agua doblemente marcada han sustituido en gran parte a las basadas en métodos calorimétricos o sensores de movimiento, considera estos últimos todavía útiles, dada la incapacidad del primero para proporcionar estimaciones de las variaciones del gasto energético y de la actividad física día a día1.

La mayoría de los trabajos publicados con acelerómetros no miden el GER, sino que lo estiman127,134. Fruin y Rankin127 examinaron la fiabilidad y validez del SenseWear Armband durante el reposo y el ejercicio comparado con la calorimetría indirecta. No encontraron diferencias en reposo entre las mediciones de gasto energético por el SenseWear Armband y la calorimetría indirecta con alta correlación entre ambos métodos (r = 0,76; p < 0,004). La estimación del gasto energético mediante el SenseWear Armband demostró ser más reproducible que la calorimetría indirecta cuando se compararon las sesiones sesiones en reposo (r = 0,93; p < 0,001). Esta mayor fiabilidad posiblemente se deba a que el GER en el SenseWear Armband se estima mediante la edad, el sexo y el peso y no es realmente medido127.

Las críticas generales a los acelerómetros montados sobre cinturones incluyen la incapacidad para detectar movimientos del brazo126,134,135, ciclismo134,135,151, locomoción en una pendiente134,146 y/o trabajo externo del tipo de empujar, levantar o llevar objetos126,133,135,146,151 (se ha encontrado con acelerómetros triaxiales infraestimaciones del 8–21 % del gasto energético en pendiente, del 53-68% en bicicleta134 y mayores del 35–45 % en la vida cotidiana141). También se ha criticado a los acelerómetros que pueden entorpecer la actividad física intensa150 y que exista variabilidad en los resultados dependiendo de dónde se coloquen133,151. La necesidad de convertir unidades de medida de actividad física en unidades de gasto energético puede suponer otra fuente de error151. El empleo de ecuaciones específicas para cada actividad se ha propuesto como un medio para mejorar la exactitud de las estimaciones134,131,136.

Métodos combinados

En los últimos años se han realizado varios intentos de combinar sensores con objeto de conseguir una mayor precisión. Por ejemplo, los monitores SenseWear Armband y HealthWear Armband recogen aproximadamente 21 parámetros (incluyendo flujo de calor, acelerometría, respuesta galvánica de la piel —empleada como un indicador de la pérdida de calor por evaporación131–, temperatura cutánea, temperatura cercana al cuerpo)126,127,130,131. Así, la combinación de la monitorización de la frecuencia cardíaca con un sensor de movimiento ha demostrado mejorar la precisión en un 2 %, sobre cada uno de estos métodos empleados por separado144,146,147. Desde el punto de vista económico, un simple podómetro puede costar sólo entre 15 y 30 euros, y el sensor de movimiento más sofisticado, 1.000 euros.

En el futuro, la combinación de las determinaciones del GER por calorimetría indirecta junto con el empleo de monitores multisensor podría mejorar las estimaciones de los RED en la práctica clínica.

Bibliografía
[1.]
Human Energy Requirements. Report of a Joint FAO/WHO/UNO Expert Consultation. Rome 17-24 October 2001.
[2.]
A. Battezzati, R. Viganò.
Indirect calorimetry and nutritional problems in clinical practice.
Acta Diabetol, 38 (2001), pp. 1-5
[3.]
S. McClave, H. Snider.
Use of indirect calorimetry in clinical nutrition.
Nutr Clin Pract, 7 (1992), pp. 207-221
[4.]
L.S. Brandi, R. Bertolini, M. Calafà.
Indirect calorimetry in critically ill patients: Clinical applications and practical advice.
Nutrition, 13 (1997), pp. 349-358
[5.]
C.L. Long, N. Schaffel, J.W. Geiger, W.R. Schiller, W.S. Blakemore.
Metabolic response to injury and illness: Estimation of energy and protein needs from indirect calorimetry and nitrogen balance.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 3 (1979), pp. 452-456
[6.]
E. Fung.
Estimating energy expenditure in critically ill adults and children.
AACN Clinical Issues, 11 (2000), pp. 480-497
[7.]
K.F. Joosten, J.J. Verhoeven, J.A. Hazelzet.
Energy expenditure and substrate utilization in mechanically ventilated children.
Nutrition, 15 (1999), pp. 444-448
[8.]
G. Briassoulis, S. Venkataraman.
Thompson AE: Energy expenditure in critically ill children.
Crit Care Med, 28 (2000), pp. 1166-1172
[9.]
R.M. Taylor, P. Cheeseman, V. Preedy, A.J. Baker, G. Grimble.
Can energy expenditure be predicted in critically ill children?.
Pediatr Crit Care, 4 (2003), pp. 176-180
[10.]
J. Coss-Bu, L.L. Jefferson, D.D. Walding, Y. David, E. Smith, W. Klish.
Resting energy expenditure and nitrogen balance in critically ill pediatric patients on mechanical ventilation.
Nutrition, 14 (1998), pp. 649-652
[11.]
J.M. Hulst, J.B. van Goudoever, L.J. Zimmermann, W.C. Hop, H.A. Buller, D. Tibboel, et al.
Adequate feeding and the usefulness of the respiratory quotient in critically ill children.
[12.]
J.J. Verhoeven, J.A. Hazelset, E. Van Deer Voort, K.E.M. Joosten.
Comparison of measured and predicted energy expenditure in mechanically ventilated children.
Intensive Care Med, 24 (1998), pp. 464-468
[13.]
C.M. Hardy, J. Dwyer, L.K. Snelling, G.E. Dallal, J.W. Adelson.
Pitfalls in predicting resting energy requirements in critically ill children: A comparison of predictive methods to indirect calorimetry.
Pediatric Nutr Clin Pract, 17 (2002), pp. 182-189
[14.]
J.L. Vázquez, P. Dorao, J. Díez, F. Ruza.
Predicted versus measured energy expenditure by continuous, online indirect calorimetry in ventilated, critically ill children during the early postinjury period.
Pediatr Crit Care Med, 5 (2004), pp. 19-27
[15.]
M.S. White, R.W. Shepherd, J.A. McEniery.
Energy expenditure in 100 ventilated, critically ill children: Improving the accuracy of predictive equation.
Crit Care Med, 28 (2000), pp. 2307-2312
[16.]
A. Hsu, S. Heshka, I. Janumala, M.Y. Song, M. Horlick, N. Krasnow, et al.
Larger mass of high-metabolic-rate organs does not explain higher resting energy expenditure in children.
Am J Clin Nutr, 77 (2003), pp. 1506-1511
[17.]
M.A. Holliday.
Metabolic rate and organ size during growth from infancy to maturity and during late gestation and early infancy.
Pediatrics, 47 (1971), pp. 169-179
[18.]
M.M. Pollack, U.E. Ruttimann, J.S. Wiley.
Nutritional depletions in critically ill children: Associations with physiologic instability and increase quantity of care.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 9 (1985), pp. 309-313
[19.]
L. Almeida-Santos, F. Ruza, J.M. Guerra, A. Alves, P. Dorao, S. García, et al.
Evaluación nutricional de niños con insuficiencia respiratoria aguda: Antropometría al ingreso en Cuidados Intensivos Pediátricos.
An Esp Pediatr, 49 (1998), pp. 451-455
[20.]
B. Gebara, M. Gelmini, A. Sarnaik.
Oxygen consumption, energy expenditure and substrate utilization after cardiac surgery in children.
Crit Care Med, 20 (1992), pp. 1550-1554
[21.]
M.J. Oesterveld, M. Van Der Kuip, K. De Meer, H.J. De Greef, R.J. Gemke.
Energy expenditure and balance following pediatric intensive care unit admission: A longitudinal study of critically ill children.
Pediatr Crit Care, 7 (2006), pp. 147-153
[22.]
J.M. Raurich, J. Ibañez, P. Marsé.
CO2 production and thermogenesis induced by enteral and parenteral nutrition.
Nutr Hosp, 11 (1996), pp. 108-113
[23.]
J. Liposki, L. Nelson.
Ventilatory response to high caloric loads in critically ill patients.
Crit Care Med, 22 (1994), pp. 796-802
[24.]
J.F. Burke, R.R. Wolfe, C.J. Mullany, D.E. Mathews, D.M. Bier.
Glucose requirements following burn injury. Parameters of optimal glucose infusion and possible hepatic and respiratory abnormalities following excessive glucose intake.
Ann Surg, 190 (1979), pp. 274-285
[25.]
N.F. Butte, W.W. Wong, J.M. Hopkinson, C.J. Heinz, N.R. Mehta, E.O. Smith.
Energy requirements derived from total energy expenditure and energy deposition during the first two year of life.
Am J Clin Nutr, 72 (2000), pp. 1558-1569
[26.]
J.A. Weststrate, P.J.M. Weys, E.J. Poortvliet, P. Deurenberg, J.G.A.J. Hautvast.
Diurnal variation in postabsorptive resting metabolic rate and diet-induced thermogenesis.
Am J Clin Nutr, 50 (1989), pp. 908-914
[27.]
W.M. Boothby, J. Berkson, H.L. Dunn.
Studies of the energy metabolism of normal individues.
Am J Physiol, 116 (1936), pp. 468-484
[28.]
E.M. Berke, A.W. Gardner, M.I. Goran, E.T. Poehlman.
Resting metabolic rate and the influence of the pretesting environment.
Am J Clin Nutr, 55 (1992), pp. 626-629
[29.]
I.D. Feurer, J.L. Mullen.
Bedside measurements of resting energy expenditure and respiratory quotient via indirect calorimetry.
Nutr Clin Pract, 1 (1986), pp. 43-49
[30.]
J.J. Cunningham.
Body composition as a determinant of energy expenditure: A synthetic review and a proposed general prediction equation.
Am J Clin Nutr, 54 (1991), pp. 963-969
[31.]
R. Figueroa-Colon, F. Franklin, M. Goran, J. Lee, R. Weinsier.
Reproducibility of measurement of resting energy in prepuberal girls.
Am J Clin Nutr, 64 (1996), pp. 533-536
[32.]
J.A. Harris, F.G. Benedict.
A biometric study of basal metabolism in man. Publication no. 279.
Carnegie Institute of Washington, (1919),
[33.]
M.D. Caldwell, C. Kennedy-Caldwell.
Normal nutritional requirements.
Surg Clin North Am, 61 (1981), pp. 489-506
[34.]
A. Fleisch.
Le metabolisme basal standard et sa determination au moyen du “metabocalculator”.
Helv Med Acta, 18 (1951), pp. 23-44
[35.]
F.B. Talbot.
Basal metabolism standards for children.
Am J Dis Child, 55 (1938), pp. 455-459
[36.]
R.C. Lewis, A.M. Duval, A. Hiff.
Standards for the basal metabolism of children from 2-15 years of age.
J Pediatr, 23 (1943), pp. 1-5
[37.]
W.N. Schofield.
Predicting basal metabolic rate, new standard and review of previous work.
Hum Nutr Clin Nutr, 39 (1985), pp. S5-S41
[38.]
M.D. Mifflin, S.T. St Jeor, L.A. Hill, B.J. Scott, S.A. Daugherty, Y.O. Koh.
A new predictive equation for resting energy expenditure in healthy individuals.
Am J Clin Nutr, 51 (1990), pp. 241-247
[39.]
O.E. Owen, J.L. Holup, D.A. D’Alessio, E.S. Craig, M. Polansky, K.J. Smalley, et al.
A reappraisal of the caloric requirements of men.
Am J Clin Nutr, 46 (1987), pp. 875-885
[40.]
O.E. Owen, E. Kavle, R.S. Owen, M. Polansky, S. Caprio, M.A. Mozzoli, et al.
A reappraisal of caloric requirements in healthy women.
Am J Clin Nutr, 44 (1986), pp. 1-19
[41.]
FAO = WHO = UNU. Expert consultation on energy and protein requirements. Geneva: WHO, 1985.
[42.]
R.L. Weinsier, Y. Schutz, D. Bracco.
Re-examination of the relationship of resting metabolic rate to fat-free mass and to the metabolically active components of fat-free mass in human.
Am J Clin Nutr, 55 (1992), pp. 790-794
[43.]
A. De Lorenzo, A. Tagliabue, A. Andreoli, G. Testolin, M. Comelli, P. Deurenberg.
Measured and predicted resting metabolic rate in Italian males and females, aged 18-59 y.
Eur J Clin Nutr, 55 (2001), pp. 208-214
[44.]
A.M. Tershakovec, K.M. Kuppler, B. Zemel, V.A. Stallings.
Age, sex, ethnicity, body composition, and resting energy expenditure of obese African American and white children and adolescents.
Am J Clin Nutr, 75 (2002), pp. 867-871
[45.]
L.G. Bandini, A. Must, J.L. Spadano, W.H. Dietz.
Relationship of body composition, parental overweight, pubertal stage, and race-ethnicity to energy expenditure among premenarcheal girls.
Am J Clin Nutr, 76 (2002), pp. 1040-1047
[46.]
A.M. Fontvieille, I.T. Harper, R.T. Ferraro, M. Spraul, E. Ravussin.
Daily energy expenditure by five-year-old children, measured by double labeled water.
J Pediatr, 123 (1993), pp. 200-207
[47.]
C. Maffeis, Y. Schutz, R. Micciolo, L. Zocacante, L. Pinelli.
Resting metabolic rate in six-to-ten-year-old obese and nonobese children.
J Pediatr, 122 (1993), pp. 556-562
[48.]
U. Ekelund, J. Aman, A. Yngve, C. Renman, K. Westerterp, M. Sjostrom.
Physical activity but not energy expenditure is reduced in obese adolescents: A case-control study.
Am J Clin Nutr, 76 (2002), pp. 935-941
[49.]
U. Ekelund, A. Yngve, S. Brage, K. Westerterp, M. Sjostrom.
Body movement and physical activity energy expenditure in children and adolescents: How to adjust for differences in body size and age.
Am J Clin Nutr, 79 (2004), pp. 851-856
[50.]
D.A. Schoeller, G. Jefford.
Determinants of the energy costs of light activities: Inferences for interpreting doubly labeled water data.
Int J Obes Relat Metab Disord, 26 (2002), pp. 97-101
[51.]
M.I. Goran, W.H. Carpenter, E.T. Poehlman.
Total energy expenditure in 4- to 6-yr-old children.
Am J Physiol, 264 (1993), pp. E207-E211
[52.]
R.E. Wren, H. Blume, M. Mazariegos, N. Solomon, J.O. Alvarez, M.I. Goran.
Body composition, resting metabolic rate and energy requirements of short and normal stature, low-income Guatemalan children.
Am J Clin Nutr, 66 (1997), pp. 406-412
[53.]
D. Molnar, S. Jegees, E. Erhardt, Y. Schutz.
Measured and predicted resting metabolic rate in obese and nonobese adolescents.
J Pediatr, 127 (1995), pp. 571-577
[54.]
D. Gallagher, D. Belmonte, P. Deurenberg, Z. Wang, N. Krasnow, F.X. Pi-Sunyer, et al.
Organ-tissue mass measurement allows modeling of REE and metabolically active tissue mass.
Am J Physiol Endocrinol Metab, 275 (1998), pp. E249-E258
[55.]
K. Illner, G. Brinkmann, M. Heller, A. Bosy-Westphal, M.J. Muller.
Metabolically active components of fat free mass and resting energy expenditure in non obese adults.
Am J Physiol Endocrinol Metabol, 278 (2000), pp. E306-E315
[56.]
M.I. Goran, M. Kaskoun, R. Johnson.
Determinants of resting energy expenditure in young children.
J Pediatr, 125 (1994), pp. 362-367
[57.]
M.S. Treuth, N.F. Butte, W.W. Wong.
Effects of familial predisposition to obesity on energy expenditure in multiethnic prepubertal girls.
Am J Clin Nutr, 71 (2000), pp. 893-900
[58.]
J.L. Spadano, L.G. Bandini, A. Must, G.E. Dallal, W.H. Dietz.
Longitudinal changes in energy expenditure in girls from late childhood through midadolescence.
Am J Clin Nutr, 81 (2005), pp. 1102-1109
[59.]
M. Sun, B.A. Gower, A.A. Bartolucci, G.R. Hunter, R. Figueroa-Colon, M.I. Goran.
A longitudinal study of resting energy expenditure relative to body composition during puberty in African American and white children.
Am J Clin Nutr, 73 (2001), pp. 308-315
[60.]
D. Molnar, Y. Schutz.
The effect of obesity, age, puberty and gender on resting metabolic rate in children and adolescents.
Eur J Pediatr, 156 (1997), pp. 376-381
[61.]
J.P. DeLany, G.A. Bray, D.W. Harsha, J. Volaufova.
Energy expenditure in African American and white boys and girls in a 2-y follow-up of the Baton Rouge Children's Study.
Am J Clin Nutr, 79 (2004), pp. 268-273
[62.]
C. Maffeis, Y. Schutz, F. Schena, M. Zaffanello, L. Pinelli.
Energy expenditure during walking and running in obese and nonobese prepubertal children.
J Pediatr, 123 (1993), pp. 193-199
[63.]
C. Bogardus, S. Lillioja, E. Ravussin, W. Abbott, J.K. Zawadzki, A. Young, et al.
Familial dependence of the resting metabolic rate.
N Engl J Med, 315 (1986), pp. 96-100
[64.]
S.S. Roberts, J. Savage, W. Coward, B. Chew, A. Lucas.
Energy expenditure and intakes in infants born to lean and overweight mothers.
N Engl J Med, 318 (1988), pp. 461-466
[65.]
M.I. Goran, W.H. Carpenter, A. McGloin, R. Johnson, J.M. Hardin, R.L. Weisner.
Energy expenditure in children of lean and obese parents.
Am J Physiol, 268 (1995), pp. E917-E924
[66.]
M.I. Noor, B.K. Poh, H. Zawiah, C.J. Henry.
New predictive equations for estimation of basal metabolic rates of adolescents: Tropics versus temperate.
Forum Nutr, 56 (2003), pp. 250-253
[67.]
R. Chiolero, J.P. Flatt, J.P. Revelly, E. Jequier.
Effects of catecholamines on oxygen consumption and oxygen delivery in critically ill patients.
Chest, 100 (1991), pp. 1676-1684
[68.]
D.W. Hart, S.E. Wolf, D.L. Chinkes, S.O. Lal, P.I. Ramzy, D.N. Herndon.
Beta-blockade and growth hormone after burn.
[69.]
A.M. Roza, H.M. Shizgal.
The Harris-Benedict equation reevaluated: Resting energy requirements and the body cell mass.
Am J Clin Nutr, 40 (1984), pp. 168-182
[70.]
R.D. Montgomery.
Changes in the basal metabolic rate of the malnourished infant and their relation to body composition.
J Clin Invest, 41 (1962), pp. 1653-1663
[71.]
A. Parra, C. Garza, Y. Garza, J.L. Saravia, C.F. Hazlewood, B.L. Nichols.
Changes in growth hormone, insulin, and thiroxine values, and in energy metabolism of marasmic infants.
J Pediatr, 82 (1973), pp. 133-142
[72.]
J.C. Melchior, G. Raguin, E. Bouvet, D. Rigaud, S. Matheron, E. Casalino, et al.
Resting energy expenditure in human immunodeficiency virus-infected patients: Comparison between patients with and without secondary infections.
Am J Clin Nutr, 57 (1993), pp. 614-619
[73.]
M.J. Müller, H.U. Lautz, B. Plogmann, M. Burger, J. Korber, F.W. Schmidt.
Energy expenditure and substrate oxidation in patients with cirrhosis: The impact of cause, clinical staging and nutritional state.
Hepatology, 15 (1992), pp. 782-794
[74.]
H. Naon, S. Hack, M. Shelton, R. Gotthoffer, D. Gozal.
Resting energy expenditure. Evolution during antibiotic treatment for pulmonary exhacerbation in cystic fibrosis.
Chest, 103 (1993), pp. 1819-1825
[75.]
K. Puhakka, J. Räsänen, M. Elijala, K. Peltola.
Metabolic effect of corrective surgery in infants and children with congenital heart disease.
Br J Anaesth, 70 (1993), pp. 149-153
[76.]
V.A. Stallings, P.P.B. Pencharz.
The effect of a high protein-low calorie diet on the energy expenditure of obese adolescents.
Eur J Clin Nutr, 46 (1992), pp. 897-902
[77.]
J. Grant, S.C. Denne.
Effect of intermittent versus continuous enteral feeding on energy expenditure in premature infants.
J Pediatr, 118 (1991), pp. 928-932
[78.]
M. Jeevanandam, E. Grote-Holman, T. Chikenjii, J. Askanazi, D. Elwyn, J. Kinney.
Effects of glucose on fuel utilization and glycerol turnover in normal and injured man.
Crit Care Med, 18 (1990), pp. 125-135
[79.]
P. Wang, N. Li, J.S. Li, W.O. Li.
The role of endotoxin, TNF-alpha, and IL-6 in inducing the state of growth hormone insensitivity.
World J Gastroenterol, 8 (2002), pp. 531-536
[80.]
I.S. Fernández, A.V. Kurpad, A.R. Kilpaldi, P.S. Shetty.
Resting energy expenditure and nitrogen loss after surgery in chronically undernourished patients.
World J Surg, 17 (1993), pp. 80-84
[81.]
J.A. Coss-Bu, L.S. Jefferson, D. Walding, Y. David, E.O. Smith, W.J. Klish.
Resting energy expenditure in children in a pediatric intensive care unit: Comparison of Harris-Benedict and Talbot predictions equations with indirect calorimetry values.
Am J Clin Nutr, 67 (1998), pp. 7
[82.]
M.J. Soares, P.S. Shetty.
Basal energy rates and metabolic economy in chronic undernutrition.
Eur J Clin Nutr, 45 (1991), pp. 363-367
[83.]
V. Kurpad, R.N. Kulkarni, P.S. Shetty.
Reduced Thermoregulatory thermogenesis in undernutrition.
Eur J Clin Nutr, 43 (1989), pp. 27-31
[84.]
J. Salas, E. Dozio, O. Goulet, C. Marti-Henneeberg, E. Moukarcel, C. Ricour.
Energy expenditure and substrate utilization in the course of renutrition of malnourished children.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 15 (1991), pp. 288-293
[85.]
M. Duggan, R. Milner.
The maintenance energy requirement for children: An estimate based on a study of children with infection associated underfeeding.
Am J Clin Nutr, 43 (1986), pp. 870-878
[86.]
A. García de Lorenzo, C. Ortiz Leyba, Grupo de trabajo de Metabolismo y Nutrición, Respuesta a la agresión: Valoración e implicaciones terapéuticas. 2.ª Conferencia de Consenso de la SEMIUC.
Medicina Intensiva, 21 (1997), pp. 13-28
[87.]
M.G. Jeschke, R.E. Barrow, R.P. Mlcak, D.N. Herndon.
Endogenous anabolic hormones and hypermetabolism: Effect of trauma and gender differences.
Ann Surg, 241 (2005), pp. 759-767
[88.]
J.P. Barret, D.N. Herndon.
Modulation of inflammatory and catabolic responses in severely burned children by early burn wound excision in the first 24 hours.
Arch Surg, 138 (2003), pp. 127-132
[89.]
M.R. Powis, K. Smith, M. Rennie, D. Hallyday, A. Piero.
Effect of major abdominal operations on energy and protein metabolism in infants and children.
J Pediatr Surg, 30 (1998), pp. 49-53
[90.]
M.O. Jones, A. Pierro, P. Hammond, D.A. Lloyd.
The metabolic response to operative stress in infants.
J Pediatr Surg, 28 (1993), pp. 1258-1263
[91.]
M. Jeevanandam, D.H. Young, L. Ramias, W.R. Schiller.
Aminoaciduria of severe trauma.
Am J Clin Nutr, 49 (1989), pp. 814-822
[92.]
D.N. Monk, L.D. Plank, G. Franch-Arcas, P.J. Finn, S.J. Streat, G.L. Hill.
Sequential changes in the metabolic response in critically injured patients during the first 25 days after blunt trauma.
Ann Surg, 223 (1996), pp. 395-405
[93.]
D.M. Steinhorn, T.P. Green.
Severity of illness correlates with alterations in energy metabolism in the pediatric intensive care unit.
Crit Care Med, 19 (1991), pp. 1503-1509
[94.]
J.J. Van Lanschot, B.W. Feenstra, C.G. Vermeij, H.A. Bruining.
Calculation versus measurement of total energy expenditure.
Crit Care Med, 14 (1986), pp. 981-985
[95.]
V. Giantin, A. Ceccon, G. Enzi, G. Sergi, P. Perini, M. Bussolotto, et al.
Heart rate and metabolic response to burn injury in humans.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 19 (1995), pp. 55-62
[96.]
V. Ortiz Justiniano, J. Díaz Troche, L. Ramírez Ferrer.
Resting energy expenditure in children after major surgery.
Bol Asoc Med PR, 86 (1994), pp. 81-83
[97.]
S.J. Tilden, S. Watkins, T. Tong, M. Jeeevanandam.
Measured versus predicted energy expenditure in pediatric intensive care patients.
Am J Dis Child, 143 (1989), pp. 490-492
[98.]
A.M. Selby, J.C. McCauley, A. O’Connell, J. Gillis, K.J. Gaskin.
Indirect calorimetry in mecanichally ventilated children: A new technique that overcomes the problem of endotracheal tube leak.
Crit Care Med, 23 (1995), pp. 365-370
[99.]
W.J. Chwals, K.P. Lally, M.M. Woolley, G.H. Mahour.
Measured energy expenditure in critically ill infants and young children.
J Surg Res, 44 (1988), pp. 467-472
[100.]
D.M. Steinhorn.
Energy expenditure in critically ill children is lower than expected.
Pediatric Res, 33 (1993), pp. 41A
[101.]
R. Phillips, L. Ott, B. Young, J. Walsh.
Nutritional support and measured energy expenditure of the child and adolescent with head injury.
J Neurosurg, 67 (1987), pp. 846-851
[102.]
J.S. Fossyth, A. Crighton.
Low birth weight infants and total parenteral nutrition immediately after birth. Energy expenditure and respiratory quotient of ventilated and non-ventilated infants.
Arch Dis Child, 71 (1995), pp. 31-34
[103.]
P.E. Brown, S.A. McClave, N.W. Hoy, A.F. Short, L.K. Sexton, K.L. Meyer.
The Acute Physiology and Chronic Health Evaluation II classification system is a valid marker for physiologic stress in the critically ill patient.
Crit Care Med, 21 (1993), pp. 363-367
[104.]
S. Havalad, M.A. Quaid, V. Sapiega.
Energy expenditure in children with severe head injury: Lack of agreement between mesured and estimated energy expenditure.
Nutr Clin Pract, 21 (2006), pp. 175-181
[105.]
C. Weissman, M. Kemper.
Assessing hypermetabolism and hypometabolism in the postoperative critically ill patient.
Chest, 102 (1992), pp. 1556-1571
[106.]
J. López-Herce, C. Sánchez, S. Mencía, M.J. Santiago, A. Carrillo, J.M. Bellón.
Consumo calórico en el niño crítico: relación con las características clínicas, el aporte calórico y las fórmulas teóricas de cálculo de las necesidades energéticas.
An Pediatr (Barc), 66 (2007), pp. 229-239
[107.]
D.D. Vernon, M.K. Witte.
Effect of neuromuscular blockade on oxygen consumption and energy expenditure in sedated, mechanically ventilated children.
Crit Care Med, 28 (2000), pp. 1569-1571
[108.]
C.G. Vermeij, B.W. Feenstra, J.J. Van Lanschot.
Day to day variability of energy expenditure in critically ill surgical patients.
Crit Care Med, 17 (1989), pp. 623-626
[109.]
B. Poblete, J.A. Romand, C. Pichard, P. Konig, P.M. Suter.
Metabolic effect of paracetamol, metimazol or external cooling in critically ill febrile sedated patients.
Br J Anaesth, 78 (1997), pp. 123-127
[110.]
N. Bruder, M. Raynal, D. Pellissier, C. Courtinat, G. François.
Influence of body temperature, with or without sedation, on energy expenditure in severe head-injured patients.
Crit Care Med, 26 (1998), pp. 568-572
[111.]
C. Weissman, M. Kemper, M.C. Damask, J. Askanazi, A.I. Hyman, J.M. Kinney.
Effect of routine intensive care interactions on metabolic rate.
Chest, 86 (1984), pp. 815-818
[112.]
B.B.R. Boulanger, R.R.D. Nayman, R.R.F. McLean, E. Phillips, S.S.B. Rizoli.
What are the clinical determinants of early energy expenditure in critically injured adults?.
J Trauma, 37 (1994), pp. 969-974
[113.]
D.A. Schoeller, E. Van Santen.
Measurement of energy expenditure in humans by doubly labeled water.
J Appl Physiol, 53 (1982), pp. 955-959
[114.]
D.A. Schoeller, C.A. Leitch, C. Brown.
Doubly labeled water method: In vivo oxygen and hydrogen isotope fractionation.
Am J Physiol, 251 (1986), pp. R1137-R1143
[115.]
D.A. Schoeller.
Energy expenditure from doubly labeled water: Some fundamental considerations in humans.
Am J Clin Nutr, 38 (1983), pp. 999-1005
[116.]
D.A. Schoeller, P.B. Taylor, K. Shay.
Analytic requirements for the doubly labeled water method.
Obes Res, 3 (1995), pp. 15-20
[117.]
N. Lifson, R. McClintock.
Theory of use of the turnover rates of body water for measuring energy and material balance.
J Theor Biol, 12 (1966), pp. 46-74
[118.]
D.A. Schoeller.
Recent advances from application of doubly-labeled water to measurement of human energy expenditure.
J Nutr, 129 (1999), pp. 1765-1768
[119.]
P.D. Klein, W.P.T. James, W.W. Wong, C.S. Irving, P.R. Murgatroyd, M. Cabrera, et al.
Calorimetric validation of the doubly labeled water method for determination of energy expenditure in man.
Hum Nutr Clin Nutr, 38 (1984), pp. 95-106
[120.]
D.A. Schoeller, P. Webb.
Five-day comparison of the double labeled water method with respiratory gas exchange.
Am J Clin Nutr, 40 (1984), pp. 153-158
[121.]
D.A. Schoeller, E. Ravussin, Y. Schutz, K.J. Acheson, P. Baertschi, E. Jequier.
Energy expenditure by doubly labeled water: Validation in humans and proposed calculation.
Am J Physiol, 250 (1986), pp. R823-R830
[122.]
S.B. Roberts, W.A. Coward, V. Noshia, K. Schlingenseipen, A. Lucas.
Comparison of the double labeled water method with indirect calorimetry and a nutrient balance study for simultaneous determination of energy expenditure, water and metabolizable energy intake in premature infants.
Am J Clin Nutr, 44 (1986), pp. 315-322
[123.]
P. Jones, A. Winthrop, D. Schoeller, P.P. Swyer, J.J. Smith, R.R. Filler, et al.
Validation of doubly labeled water for assessing energy expenditure in infants.
Pediatr Res, 21 (1987), pp. 242-246
[124.]
F. Pitta, T. Troosters, M.A. Spruit, V.S. Probst, M. Decramer, R. Gosselink.
Characteristics of physical activities in daily life in chronic obstructive pulmonary disease.
Am J Respir Crit Care Med, (2005), pp. 972-977
[125.]
Perini M, Fiocchi A, Bollini F, Lanfranchi S, Zarcone D. Relationship between active and total energy expenditure in Sydenham's Chorea: A clinical case. Abstract presentado en Grado (Gorizia, Italia, del 18 al 21 de mayo de 2005) ante la Asociación Italiana de Neurólogos Clínicos (Associazione Nazionale Neurologi Ospedalieri).
[126.]
G.A. King, N. Torres, C. Potter, T.J. Brooks, K.J. Coleman.
Comparison of activity monitors to estimate energy cost of treadmill exercise.
Med Sci Sport Exerc, 36 (2004), pp. 1244-1251
[127.]
M.L. Fruin, J.W. Rankin.
Validity of a multi-sensor armband in estimating rest and exercise energy expenditure.
Med Sci Sports Exerc, 36 (2004), pp. 1063-1069
[128.]
D. Mignault, M. St.-Onge, A.D. Karelis, D.B. Allison, R. Rabasa-Lhoret.
Evaluation of the Portable Health Wear Armband.
Diabetes Care, 28 (2005), pp. 225-227
[129.]
Patel SA, Slivka WA, Sciurba FC. Validation of a Wearable Body Monitoring Device in COPD. Póster presentado en el 2004 ATS annual meeting (Orlando).
[130.]
P.J. Cole, L.M. Lemura, T.A. Klinger, K. Strohecker, T.R. McConnell.
Measuring energy expenditure in cardiac patients using the Body Media(TM) Armband versus indirect calorimetry: A validation study.
Journal of Sports Medicine and Physical Fitness, 44 (2004), pp. 262-271
[131.]
J.M. Jakicic, M. Marcus, K.I. Gallagher, C. Randall, E. Thomas, F.L. Goss, et al.
Evaluation of the SenseWear Pro Armband® to assess energy expenditure during exercise.
Med Sci Sports Exerc, 36 (2004), pp. 897-904
[132.]
Colburn TC, Washburn RA, Guarini JJ, Simmons NW. An ambulatory activity monitor with solid state memory. Instrument Society of America, Transactions; BM 76322. p. 117-22.
[133.]
A.M. Swartz, S.J. Strath, D.R. Basset Jr, W.L. O’Brien, G.A. King, B.E. Ainsworth.
Estimation of energy expenditure using CSA, Inc. accelerometer hip and wrist sites.
Med Sci Sports Exerc, 32 (2000), pp. S450-S456
[134.]
K.L. Campbell, P.R. Crocker, D.C. Mckenzie.
Field evaluation of energy expenditure in women using Tritrac accelerometers.
Med Sci Sports Exerc, 34 (2002), pp. 1667-1674
[135.]
K.Y. Chen, M. Sun.
Improving energy expenditure estimation by using a tri-axial accelerometer.
J Appl Physiol, 83 (1997), pp. 2112-2122
[136.]
G.J. Welk, S.N. Blair, K. Wood, S. Jones, R.W. Thompson.
A comparative evaluation of three accelerometry-based physical activity monitors.
Med. Sci. Sports Exerc, 32 (2000), pp. S489-S497
[137.]
A. Maliszewski, P. Freedson, C. Ebbeling.
Validity of the Caltrac accelerometer in estimating energy expenditure, and activity in children and adults.
Pediatr Exerc Sci, 3 (1991), pp. 41-151
[138.]
U. Ekelund, M. Sjöström, A. Yngve, E. Poortvliet, A. Nilsson, et al.
Physical activity assessed by activity monitor and doubly labeled water in children.
Med Sci Sports Exerc, 33 (2001), pp. 275-281
[139.]
S.G. Trost, D.S. Ward, S.M. Moorehead, P.D. Watson, W. Riner, J.R. Burke.
Validity of the Computer Science and Applications (CSA) activity monitor in children.
Med Sci Sports Exerc, 30 (1998), pp. 629-633
[140.]
G.J. Welk, C.B. Corbin.
The validity of the Tritrac-R3D Activity Monitor for the assessment of physical activity in children.
Res Q Exerc Sport, 66 (1995), pp. 202-208
[141.]
M.R. Puyau, A.L. Adolph, F.A. Vohra, N.F. Butte.
Validation and calibration of physical activity monitors in children.
Obes Res, 10 (2002), pp. 150-157
[142.]
S.B. Going, S. Levin, J. Harrell, D. Stewart, L. Kushi, C.E. Cornell, et al.
Physical activity assessment in American Indian schoolchildren in the Pathways study.
Am J Clin Nutr, 69 (1999), pp. S788-S795
[143.]
K.F. Janz, J. Witt, L.T. Mahoney.
The stability of children's physical activity as measured by accelerometry and self-report.
Med Sci Sports Exerc, 27 (1995), pp. 1326-1332
[144.]
R.G. Eston, A.V. Rowlands, D.K. Indedew.
Validity of heart rate, pedometry and acceleromety for predicting the energy cost of children's activities.
J Appl Physiol, 84 (1998), pp. 362-371
[145.]
G.A. Meijer, K.R. Westerterp, H. Koper, F. Ten Hoor.
Assessment of energy expenditure by recording heart rate and body acceleration.
Med Sci Sports Exerc, 221 (1989), pp. 343-347
[146.]
K. Rennie, T. Roswell, S.A. Jebb, D. Holbuen, N.J. Wareham.
A combined heart rate and movement sensor; Proof of concept and preliminary testing study.
Eur J Clin Nutr, 54 (2000), pp. 409-414
[147.]
A. Luke, K.C. Maki, N. Barhey, R. Cooper, D. McGee.
Simultaneous monitoring of heart rate and motion to assess energy expenditure.
Med Sci Sports Exerc, 29 (1997), pp. 144-148
[148.]
C. Weissman, M. Kemper, D.H. Elwyn.
The energy expenditure of the mechanically ventilated critically ill patient. An analysis.
Chest, 89 (1986), pp. 254-259
[149.]
M.S. Treuth, N.E. Sherwood, N.F. Butte, B. McClanahan, E. Obarzanek, A. Zhou, et al.
Validity and reliability of activity measures in African American girls for GEMS.
Med Sci Sports Exerc, 35 (2003), pp. 532-539
[150.]
H.W. Kohl, J.E. Fulton, C.J. Caspersen.
Assessment of physical activity among children and adolescents: A review and synthesis.
Prev Med, 31 (2000), pp. S54-76
[151.]
G.J. Welk, C.B. Corbin, D. Dale.
Measurement issues in the assessment of physical activity in children.
Res Q Exerc Sport, 71 (2000), pp. 59-73
[152.]
J.R. Sirard, R.R. Pate.
Physical activity assessment in children and adolescents.
Sports Med, 31 (2001), pp. 439-464
[153.]
M. Noland, F. Danner, K. Dewalt, M. McFadden, M. Kotchen.
The measurement of physical activity in young children.
Res Q Exerc Sport, 61 (1990), pp. 146-153
[154.]
K.J. Finn, B. Specker.
Comparison of Actiwatch activity monitor and Children's Activity Rating Scale in children.
Med Sci Sports Exerc, 32 (2000), pp. 1794-1797
[155.]
J. Puhl, K. Greaves, M. Hoyt, T. Baranowski.
Children's Activity Rating Scale (CARS): Description and calibration.
Res Q Exerc Sport, 61 (1990), pp. 26-36
[156.]
S.G. Trost, J.R. Sirard, M. Dowda, K.A. Pfeiffer, R.R. Pate.
Physical activity in overweight and nonoverweight preschool children.
Int J Obes Relat Metab Disord, 27 (2003), pp. 834-839
[157.]
Mi. Dauncey, W.P.T. James.
Assessment of the heart-rate method for determining energy expenditure in man, using a whole-body calorimeter.
Br J Nutr, 42 (1979), pp. 1-13
[158.]
G.B. Spurr, A.M. Prentice, P.R. Murgatroyd, O.R. Goldberg, J.C. Reina, N.T. Christman.
Energy expenditure from minute-by-minute heart rate recording: Comparison with indirect calorimetry.
Am J Clin Nutr, 48 (1988), pp. 552-559
[159.]
M.B.E. Livingstone, A.M. Prentice, W.A. Coward, S.M. Ceesay, J.J. Strain, P.G. McKenna, et al.
Simultaneous measurement of free-living energy expenditure by the doubly labeled water method and heart-rate monitoring.
Am J Clin Nutr, 52 (1990), pp. 59-65
[160.]
R. Li, P. Deurenberg, J.G.A.J. Hautvast.
A critical evaluation of heart rate monitoring to assess energy expenditure in individuals.
Am J Clin Nutr, 58 (1993), pp. 602-607
[161.]
M.D. Livingstone, W.A. Coward, A.M. Prentice, P.S. Davies, J.J. Strain, P.G. McKenna, et al.
Daily energy expenditure in free-living children; Comparison of heart rate monitoring with the doubly labeled water method.
Am J Clin Nutr, 56 (1992), pp. 343-352
[162.]
R.J.G. Van den Berg-Emons, W.H.M. Saris, K.R. Westerterp, M.A. Van Baak.
Heart rate monitoring to asses energy expenditure in children with reduced physical activity.
Med Sci Sports Exerc, 28 (1996), pp. 496-501
[163.]
A.V. Rowlands, R.G. Eston, D.K. Ingledew.
Measurement of physical activity in children with particular reference to the use of heart rate and pedometry.
Sports Med, 24 (1997), pp. 258-272
[164.]
K.R. Westerterp.
Physical activity assessment with accelerometers.
Int J Obes, 23 (1999), pp. S45-S49
[165.]
M.M. Sequeira, M. Rickenbach, V. Wietlisbach, B. Tullen, Y. Schutz.
Physical activity assessment using a pedometer and its comparison with a questionnaire in a large population survey.
Am J Epidemiol, 142 (1995), pp. 989-999
[166.]
M.A. Holliday, W.E. Segar.
Maintenance need for water in parenteral fluid therapy.
Pediatrics, 19 (1957), pp. 823-827
[167.]
D.C. Darrow.
A guide to learnig fluid therapy.
Charles C. Thomas Co, (1964),
[168.]
J.M. Daly, S.B. Heymsfield, C.A. Head, L.P. Harvey, D.W. Nixon, H. Katzeff, et al.
Human energy requirements: Overestimation by widely used prediction equation.
Am J Clin Nutr, 42 (1985), pp. 1170-1174
[169.]
M.A. Thompson, S. Bucolo, P.P. Quirk, R.R. Shepherd.
Measured versus predicted resting energy expenditure in infants: A need for reappraisal.
J Pediatr, 126 (1995), pp. 21-27
[170.]
A.S. Kaplan, B.S. Zemel, K.M. Neiswender.
Resting energy expenditure in clinical pediatrics: Measured versus prediction equations.
J Pediatr, 127 (1995), pp. 200-205
[171.]
C.L. Jensen, N.F. Butte, W.W. Wong, J.K. Moon.
Determining energy expenditure in preterm infants: Comparison of 2H218O method and indirect calorimetry.
Am J Physiol, 32 (1992), pp. R685-R692
[172.]
J.B. Weir.
New methods for calculating metabolic rate with special reference to protein metabolism.
J Physiol, 109 (1949), pp. 1-9
[173.]
A.E. Black, A.M. Prentice, W.A. Coward.
Use of food quotients to predict respiratory quotients for the doubly-labelled water method of measuring energy expenditure.
Hum Nutr Clin Nutr, 40C (1986), pp. 381-391
[174.]
N.A. Smyrnios, F.J. Curley, K.G. Shaker.
Accuracy of 30-minute indirect calorimetry studies in predicting 24-hour energy expenditure in mechanically ventilated, critically ill patients.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 21 (1997), pp. 168-174
[175.]
B.W. Feenstra, J.J. Van Lanschot, C.G. Vermeij.
Artifacts in the assessment of metabolic gas exchange.
Intensive Care Med, 12 (1986), pp. 312-315
[176.]
M.S. White, R.W. Shepherd, J.A. McEniery.
Energy expenditure measurements in ventilated critically ill children: Within- and between-day variability.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 23 (1999), pp. 300-304
[177.]
C. Porter, N.H. Cohen.
Indirect calorimetry in critically ill patients: Role of the clinician, dietitian in interpreting results.
J Am Diet Assoc, 96 (1996), pp. 49-57
[178.]
J. Saffle, C. Larson, J. Sullivan.
A randomized trial of indirect calorimetry-based feedings in thermal injury.
J Trauma, 30 (1990), pp. 776-783
[179.]
D. Frankenfield, J.S. Smith, R. Cooney.
Accelerated nitrogen loss after traumatic injury is not attenuated by achievement of energy balance.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 21 (1997), pp. 324-329
[180.]
E. Ferrannini.
The theoretical bases of indirect calorimetry: A review.
Metabolism, 37 (1988), pp. 287-301
[181.]
G. Livesey, M. Elia.
Estimation of energy expenditure, net carbohydrate utilization, and net fat oxidation and synthesis by indirect calorimetry: Evaluation of errors with special reference to the detailed composition of fuels.
Am J Clin Nutr, 47 (1988), pp. 608-628
[182.]
B. Torun, M.I. Cabrera Santiago, F.E. Viteri.
Protein requirements of preschool children: Obligatory nitrogen losses and nitrogen balance measurements using cow's milk.
Arch Latinoam Nutr, 31 (1981), pp. 571-585
[183.]
Ch. Weissman, M. Kemper.
Metabolic measurement in the critical ill.
Crit Care Clin, 11 (1995), pp. 169-197
[184.]
J.J. Mickell.
Urea nitrogen in critically ill children.
Pediatrics, 70 (1982), pp. 949-955
[185.]
R.R. Williams, C.R. Fuenning.
Circulatory indirect calorimetry in the critically ill.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 15 (1991), pp. 509-512
[186.]
P. Benotti, B. Bistrian.
Metabolic and nutritional aspects of weaning from mechanical ventilation.
Crit Care Med, 17 (1989), pp. 181-185
[187.]
T.E. Oh, S.S. Bhatt, E.S. Lin, R.R.C. Hutchinson, J.M. Low.
Plasma catecholamines and oxygen consumption during weaning from mechanical ventilation.
Intensive Care Med, 17 (1991), pp. 199-203
[188.]
P. Thuren, R.R. Phillips, M. DeMarie, A. Hoffenberg, M. Bronstein, S. Spedale, et al.
Technical and methologic considerations for performance of indirect calorimetry in ventilated and nonventilated preterm infants.
Crit Care Med, 25 (1997), pp. 171-180
[189.]
D.R. Bassett Jr, E.T. Howley, D.L. Thompson, G.A. King, S.J. Strath, J.E. McLaughlin, et al.
Validity of inspiratory and expiratory methods of measuring gas exchange with a computerized system.
J Appl Physiol, 91 (2001), pp. 218-224
[190.]
D. Frankenfield, G.Y. Sarson, S.A. Blosser, R.N. Conney, J.S. Smith.
Validation of an abbreviated indirect calorimetry protocol in critically ill patients.
J Am Coll Nutr, 15 (1996), pp. 397-402
[191.]
M. Damak, J. Askanazi, Ch. Wiessman, D. Elwyn, J. Kinney.
Artifacts in measurement of resting energy expenditure.
Crit Care Med, 11 (1983), pp. 750-752
[192.]
W.J. Chwals, K.P. Lally, M.M. Woolley.
Indirect calorimetry in mechanically ventilated infants and children: Measurement accuracy with absence of audible airleak.
Crit Care Med, 20 (1992), pp. 768-770
[193.]
K. Dietrich, M. Romero, S. Conrad.
Effects of gas leak around endotracheal tubes on indirect calorimetry measurement.
JPEN J Parenter Enteral Nutr, 14 (1990), pp. 408-413
[194.]
C.J. Riddoch, C.A.G. Boreman.
The health-related physical activity of children.
Res Q Exerc Sport, 65 (1995), pp. 84-88
[195.]
T. Takken, J. Van der Net, W.W. Cuis, P.J. Helders.
Physical activity and health related physical fitness in children with juvenile idiopathic arthritis.
Ann Rheum Dis, 63 (2004), pp. 112
[196.]
E.M. Gass, G.C. Gass.
Rectal and esophageal temperatures during upper and lower body exercise.
Eur J Applied Physiol, 78 (1998), pp. 38-42
[197.]
W.D. Van Marken Lichtenbelt, M.S. Westerterp-Plantenga, P. Van-Haydonek.
Individual variation in the relation between body temperature and energy expenditure in response to elevated ambient temperature.
Physiol Behav, 73 (2001), pp. 235-242
[198.]
J.R. Speakman, S.K. Nair, M.I. Goran.
Revised equations for calculating CO, production from doubly labeled water in humans.
Am J Physiol, 264 (1993), pp. E912-E917
Copyright © 2008. Asociación Española de Pediatría
Idiomas
Anales de Pediatría
Opciones de artículo
Herramientas
es en

¿Es usted profesional sanitario apto para prescribir o dispensar medicamentos?

Are you a health professional able to prescribe or dispense drugs?